lunes, 10 de diciembre de 2007

Todo por 10 $


Mi infancia, adolescencia y parte de mi adultes (la adultes de antes eh! Porque ahora creen que a los 23 sos postadolescente. ¡Patrañas!) las viví en un barrio, de casas bajas.

Ahí te conoces con todos, por el nombre, por los pecados y las mañas más que por los honores.

Épocas en que se jugaba en la vereda y se salía a charlar a la puerta.

Contabas con tus vecinos para que te preste unas papas para la comida y para que te critique y le cuente a tu mama, si te dabas unos besos con tu noviecito en la esquina.

Los supermercados se almorzaron a todos los negocios del barrio y al evento social que era ir a comprar. Se conversaba, el dueño del negocio que por conocer tus gustos te recomendaba algún producto nuevo, te fiaba, te guardaban lo que comprabas todos los días si no ibas a la hora de siempre. Algunos caramelitos de regalo para el niño que acompañaba a su mama a comprar. Te regalaban la verdurita para la sopa.

Una vez mi vieja me mando a comprar levadura a la panadería para hacer pizzas. Me fui en bici y con la certeza que solo puede tener un niño o un loco le pedí 500 gramos. Obviamente que el panadero me mando a preguntarle a mi mama que era lo que quería. Yo me fui puteando y volví al negocio colorada de vergüenza. Pero el tipo no te iba a estafar.

Mientras todo esto trascurría yo miraba venir a vivir a “la capital” como el lugar añorado. Lo hice. Feliz estoy de vivir acá. Adoro este lugar. Viví en distintos barrios. Empecé a media cuadra del Obelisco. ¡Me fascinaba! Hasta que la vida pasa y fui buscando barrios mas barrios, con ese sabor de antes. Siempre me gusto apropiarme de algún lugar donde te saludas, aunque no sepamos los nombres, que si no te ves por unos días preguntas si esta todo bien, que hasta te conoces el humor por las caras y participas de algún acontecimiento personal importante.

Tengo la maña y me empeño en saludar a los vecinos cuando me los cruzo en el palier o en el ascensor del edificio, aunque algunos maleducados no contesten el saludo.

Desde hace 3 años estoy en un barrio del sur de capital, en su mayoría casas.

Tengo “mi” kiosco. A veces le soy infiel comprando en otro lado si la falta de puchos así lo requiere.

El otro día se disculpan (el matrimonio mayor y su hijo que son los que atienden) por haberme dado mal el vuelto y rápidamente me lo dan en el momento.

Quede atónita, sorprendida. No me salían las palabras, porque tuve el flash back que les conté. Cuando volví en mí, les agradecí la honradez, no los 10 $, porque ni me había dado cuenta y porque 10 $ no son nada.

No estafan, como el panadero. Tienen códigos de barrio.

Eso no es fácil de encontrar hoy en día.

Aplausos de pie para ellos!!!!

1 comentario:

Oscar Néstor dijo...

Sí, aplausos para esos locos lindos que nos alegran la vida!.