Girar en
remolinos
cerrando los
ojos.
Danzar alegrías
que sospecho
inexistentes
para ahuyentar
dolores
que solo el
cuerpo
sabe contar.
Dejarme
llevar.
Saltar la
realidad
con zancadas
imposibles.
Reír fuerte,
con esa
felicidad
que salen de las entrañas
y espantar
cualquier
agrietada
soledad.
Llorar por
amor,
un instante.
Solo ese
instante.
Correr por el
viento
buscando
nuevas músicas
y continuar el
ritual.