A cuestas,
con el dolor
acurrucado
en los bolsillos,
arrastro los pies
por las calles soleadas
de suntuoso olor
a melancolía.
Ojos anochecidos.
Esta costumbre
de morir cuando amanece
llorando a mi oído
mares de dolores prestados
porque los propios
se han desgastado.
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