domingo, 10 de febrero de 2008

MANOS


Hasta hace unas décadas atrás, era típico tener familias tipo. En los libros de texto, en el saber de la calle, en deseo secreto de las Susanitas, estaba en casarse, tener dos hijos, uno de cada sexo y si era posible un perro.

Soy la hermana menor, de una familia de raíces italianas que adherían a estos pensamientos. Que el primogénito sea varón, era un motivo de gran orgullo. Ya estaba asegurada la prolongación y propagación del apellido.

Pero para mi orgullo personal, fui, como mujer quien inauguró algunos cambios en las tradiciones familiares.

Mi hermano al que adoro, funcionó como hermano mayor. Fue el que me cuidaba y el que me atormentaba.

Me atormentaba confirmándome que era adoptada. Mi duda (nada extraña, es bastante común en algunas personas), estaba apoyada en que no había fotos de mi mamá embarazada o mías de bebe. Esto me hacia llorar.

Con el sadismo que caracteriza a los niños, tejió una historia al respecto de mi adopción. La cosa es que me encontraron en un picnic, en una canasta, con sanguches de mortadela y queso de chancho. Los embutidos elegidos eran directamente proporcionales al asco que me provocaban.

También me perturbo con mis “pies de empanada”. No tengo ni piecesito de princesa ni los pies de una japonesita. No me hace llorar, intento ponerle onda a mis pies planos y “anchitos”.

Otro de los bellos momentos de mi infancia con mi querido hermano, es su calificación respecto a mis manos: “manos de chancho”.

Hoy por la mañana, me acontecieron unas de las peores tragedias de la vida cotidiana. Mientras ordenaba un poco la casa, tuve la sensación que algo estaba cambiando y cuando advertí que era, gritos de horror y espanto se apoderaron de mí. Se me había roto un a uña.

Al ras del dedo.

No había más que hacer, sacrificar a todas por la desaparición de esa ingrata.

Mientras iba decapitando uno por uno los otros dedos de sus uñas, resignada, puteando, aparecían estos recuerdos y mi mano que alguna vez fue sensual con sus uñas largas, ahora se iba trasformando de a poco en esas pezuñas.

Esperar a que vuelvan a crecer, distraídamente. Implorando que no se quiebren ni se escamen.

Tengo otras manos, la vida es distinta sin uñas y sin mi hermano cerca para hacerme reír.

1 comentario:

rastelman dijo...

pero no eras adoptada... o si?? sádico mal ese turro hermanito tuyo!!