
Anochece.
Soledades inundan el aire
y mis manos.
Se tallan a golpe de silencios
algunas lágrimas.
Una tonada en la radio
llena cada rincón vacío
con el sabor añejo
del último beso nuestro.
Caigo en un laberinto de espejos
que expulsa tu imagen
y dispara recuerdos.
Se alimenta de mí.
Goloso de melancolía,
me devora
y me deshecha
sin compasión.