La noche fusila a quemarropa
a la mañana que viene renga
tambaleándose hasta mis ojos
hinchados de lágrimas mudas.
La piel rasgada como seda
por las manos impiadosas de la soledad,
que baila desnuda en mi arrabal.
Manos repletas de silencios afilados
desabrochan los gritos a los fantasmas más crueles
e insensatos
partiendo en dos al corazón.
Mientras tanto el mundo se empeña en vivir.
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